Salí de la Universidad con ganas de hacerlo lo mejor posible y además disfrutar, como todos, supongo, y supongo también que, como muchos, me sentí bastante perdida durante mis primeros años de docencia. Daba mis clases con entusiasmo y mi alumnado respondía a ese entusiasmo de forma muy positiva pero me faltaba algo, aquella era una relación en la que no me encontraba del todo “satisfecha” a pesar de que mi trabajo me gustaba mucho. Había algo más pero no sabía lo que era. Con el tiempo esta situación me provocó una sensación de inquietud que puso en marcha un mecanismo peligroso, el del agotamiento, quizá lo conozcamos mejor con el nombre de “quemarse”. Tenía amigos que, tras ocho años de docencia, hacían planes para ir a cultivar caracoles, en fin. Yo pensaba que, si sólo tras ocho años ya se encontraban así, algo habían hecho mal y yo no quería cometer ese error.
Aunque me eduqué en Galicia ha sido en Andalucía donde me he desarrollado profesionalmente, todo lo que he aprendido de esta profesión me lo han enseñado los niños y niñas andaluzas. Cinco años después de mi llegada a estas tierras tuve la gran suerte de encontrar a un grupo de profesionales afines a mí en muchos puntos de vista a la hora de entender la educación. Ahí comenzó el cambio.
¿De cuántas oportunidades disponemos para discutir de pedagogía y didáctica con compañeros y compañeras de todas las áreas en un ambiente limpio, relajado, abierto, donde todas las opiniones son escuchadas y respetadas pero también discutidas?. Nos había unido la curiosidad, el ánimo de explorar porque todos sabíamos que queríamos algo más. Nadie iba de erudito sabelotodo ,simplemente tomamos conciencia de nuestra ignorancia y empezamos a compartir lo poco que sabíamos cada uno de nosotros, entre risas y cafés, entre conversaciones que rayaban el absurdo y aportaciones realmente interesantes. Las reuniones eran caóticas, catárticas y con un grado de productividad “discutible”. Entonces alguien tomó la batuta e intentó dirigirnos. Su primer movimiento magistral fue poner sobre la mesa un ejemplar de un libro titulado “Por fin, libres” de David Greenberg, una experiencia de educación democrática en la escuela de Sudbury Valley (Framingham, Massachussets. Usa). Ahora no resulta difícil conseguir el libro original en internet pero en aquel momento no resultó nada fácil.
Las ideas del libro eran sencillas, se basaban en que el aprendizaje siempre resultaba más fácil y eficaz cuando la iniciativa parte del estudiante. Nos encontramos con una escuela sin aulas, sin distribuciones por nivel, sin horarios, donde se producía un aprendizaje frenético porque las personas son muy curiosas por naturaleza y extraordinariamente creativas si se les da la oportunidad de demostrarlo o, mejor aún, si se les estimula para ello.
Las interacciones que se provocaban al unir a alumnado de diferente edad favorecía de forma extraordinaria el crecimiento de todos los que allí se encontraban y el grado de independencia e iniciativa que se conseguía era envidiable. Todas las decisiones se tomaban en asamblea así que cada uno de los habitantes de esta escuela extraordinaria se sentía plenamente partícipe de todo lo que allí se hacía y se decidía, esto aportaba un grado de madurez y respeto sin precedentes en el tipo de escuela que nos empeñamos en mantener aquí. Pero todo esto no sería posible sin libertad. Una libertad de la que ahora mismo carecemos en nuestro actual sistema educativo.
Plenamente conscientes de esto nos lanzamos a devorar las páginas del libro que rompió muchos de los límites que nos habíamos auto impuesto a lo largo de nuestros años de institucionalización y, en ese instante todo cambió, ahí cayó la primera pieza de mi efecto mariposa, tras esa increíble visión de que otra forma de actuar es posible. Ese fue el punto de inflexión que cambió mi vida profesional. No sé si hubiera sido igual si me hubiera encontrado el libro por mi cuenta y no hubiera tenido ocasión de discutirlo con seis personas más pero el caso es que así ocurrió.
A partir de ahí intentamos organizarnos, no es que nos pusiéramos a trabajar para intentar llevar a cabo esa idea. En nuestro contexto resultaba un tanto “¿ utópica?”, aunque a todos se nos quedó grabado aquello de educación democrática. Así que comenzamos a tirar de ese hilo y hacia ahí intentamos dirigir nuestros pasos como docentes, en una sociedad democrática donde los principios básicos de la misma sólo llegan a la escuela en forma teórica pero no se llevan a la práctica.
En este camino hacia una escuela democrática nos hemos consolidado como grupo y bautizado con el nombre RED UTOPÍA Y EDUCACIÓN. Desde esta plataforma que nos brindan las nuevas tecnologías nos gustaría, entre otras cosas, dar a conocer nuestros pasos, más o menos torpes, hacia una escuela democrática y las experiencias que, como docentes, hemos ido viviendo y seguimos viviendo. También resultaría increíble que otros se unieran, contaran las suyas y pudiéramos discutirlas en un foro vivo.
2 comentarios - Click aquí para comentar :
Muy interesante la experiencia... ¿Qué sucedería si todos los docentes tuvieramos el interés y nos diéramos la oportunidad de cuestionar permanentemente nuestra tarea educativa? ver a niestrso alumnos como otro igual que en el contacto diario nos hace crecer sin olvidarnos esa hermosa etapa de nuestras vidas que ha sido la miñez...
Me encanta la reflexión y el objetivo, lo difícil es ponerlo en marcha sobre todo cuando en un equipo de personas que formamos la comunidad educativa, prefieren seguir quemados con la burocracia,,, antes que dar un cambio, salir de la zona en la que se sienten cómodos, ligados a la queja del día a día de la sociedad que estamos generando, y dar un golpe en la mesa y construir el cambio y modelo de escuela que sabemos que funciona, que hace a nuestros alumnos felices y forma personas libres y democraticas reales....dificil pero apasionante, ¡me encanta!
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