Estos días atrás, uno de mis hijos tenía que hacer un trabajo con el título “Héroes de Barrio”, haciendo pesquisas entre sus familiares. En estos casos, suelen preguntarme por historias de su abuela (mi madre), que siempre está dispuesta a contarles sus batallitas con esa paciencia de abuela que el abuelo no tiene… Esta vez, recordé una bonita historia sobre ¿comunidades Y aprendizaje?
Durante los años 70, últimos del franquismo y primeros de la transición, España era un hervidero de actividad politica y social, más o menos entrelazada, más o menos clandestina. Mi casa no era ajena a dicho movimiento,
Aunque no puedo recordar con precisión matemática, un grupo de amigos, socios de la Asociación de Vecinos, y allegados, profesionales con estudios universitarios, pusieron en marcha una escuela para adultos en los bajos de la casa parroquial del barrio de San Pascual. Una escuela gratuita, en la que, con nocturnidad y alevosía, se enseñaba a leer, a escribir, a sumar y restar, a pasar el exámen del Graduado Escolar, a disfrutar de una novela, una revista o un periódico, a mantener relaciones sexuales gratificantes y seguras, a defender derechos… Para mí, esa escuela, ese barrio (incluso, porqué no decirlo, esa parroquia)… formamaban una comunidad de aprendizaje.
Alguna interpretación torcida podría desembocar en un resumen sórdido de esta iniciativa: “Para leer El Capital, hay que saber leer”, pero, aún siendo cierta esta aseveración, el motor fundamental de esa escuela era la generosidad, el deseo de compartir un bien que entonces no estaba al alcance de todos: la EDUCACIÓN. Podría haber dicho “la Cultura”, pero no era solo eso, porque una parte de todo ello implicaba insurrección frente a los valores imperantes, y otra parte, un cierto adiestramiento: permanecer sentado durante el tiempo de las clases, escuchar a la profesora o profesor, trabajar con los compañeros y compañeras, estudiar… (pero me encanta el uso de EDUCACIÓN y CULTURA como sinónimos)
Desde entonces, han pasado 40 años (fíjate, casi tantos como los de la época oscura). La cultura es un bien que ha cambiado para y por su universalización. Sin entrar a juzgar ese cambio, lo que es cierto es que la cultura ES accesible, aunque no necesariamente accedida. La educación, por su parte, se ha universalizado, recurriendo a la obligatoria presencia en las aulas de todos los menores de 16 años. Solo de escribirlo se me entristece el cuerpo… A estas alturas, como sociedad deberíamos haber alcanzado ya el punto en el que el deseo de ir a la escuela a jugar, a aprender, a compartir conocimientos, ideas inquietudes, a formarnos como personas, como ciudadanos…, donde el deseo de educarse en comunidad fuera intrínseco. Ya deberíamos haber superado por elevación el sistema de los griegos, matizado por los monjes y consolidado en la revolución industrial. Me pregunto porqué nos hemos parado, y creo que la respuesta la ha dado ya Luis, @luisutopia, en un post anterior: TODOS (políticos, docentes, familias trabajadoras) hemos dejado de preguntarnos qué escuela queremos para nuestros hijos, al margen de otras consideraciones. y naturalmente, hemos dejado de exigir esa escuela.
Para mí solo hay una forma de salir del pozo: la comunidad debe tomar la escuela, y la escuela volcarse y conquistar a la comunidad. Por eso, voy a lanzar un brindis al sol: el día que en las asociaciones de familias haya docentes formando parte de las juntas directivas, implicados en la educación de sus hijos – y de otras familias – en un porcentaje similar al que encontramos entre la población activa, ese día podremos decir que se ha iniciado un cambio real. Necesitamos este mestizaje, y lo necesitamos ¡YA!
PD.Una reflexión marginal, y no por ello menos relevante: la aportación de la visión docente y pedagógica en una asociación de padres y madres es impagable, imprescindible para desarrollar lo que podríamos llamar “empatía corporativa”. De la misma forma que la maternidad-paternidad se refleja en el aula e influye (espero) en las prácticas de cada maestro y maestra.
María (@NicolasaQM)
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